Escribir Sanmillano

June 24, 2010

Escribir es un acto de valentía.

Leer es  un acto de generosidad.

Lorena Sanmillán

El acto colectivo deconstruye y forma en la construcción derrideana del ser. Las lecturas, el trozo de uno en la individualidad de cada una de ellas, construye el todo que es El Sanmillano.

El Encuentro Internacional de Escritores Sanmillanos, nace en la evocación necesaria de un espacio, de un lugar en el tiempo para la lectura, los amigos, y  las letras. El cumpleaños de Lorena es la excusa para convocar, asistir, compartir abrazos y letras que vagan y se anidan en el pensamiento de los escuchas, en el presente, pasado y futuro de quienes son lectores y escuchas de las mesas del Encuentro.

Inicia el día con un sol quemante que en algún momento enmudeció a alguno de los participantes al repasar la lectura en su mente, modular en silencios la voz que dejaría salir al estar frente al micrófono.

La bienvenida la ofrece Lorena, el personaje creado para y en la cuna de la literatura. Toma vida en voz de Nohemí, quien la esconde y arropa en la desnudez de su pluma. Anuncia la primera mesa de escritores; en donde habita uno de los creadores de este espacio, que junto a ella, se ha volcado en la promoción de la cultura y la escritura en este terruño norteño de nuestro país: Eligio Coronado. Él nos deja una duda ¿A quién viste, Eligio? ¿A quiénes te encontraste en la complicidad de la mirada? Nos lee y con su lectura comienza a pardear la tarde, a esconderse el sol y a dejar salir la parte de la luna, una buena parte de la luna que nos iluminó las letras. Eduardo Zambrano, Leticia Herrera, Homero Martínez, (en representación de la Palomilla Apocatastásica),  Adriana Cisneros y el mismo  Eligio Coronado formaban parte de la primera mesa. Iniciaron las primeras letras y atraparon los escuchas.

Los temas necesarios y recurrentes fueron las dedicatorias a Monsiváis, a Saramago, y al futbol. El sexo se acomodó varias veces en la mesa, así como el infaltable amor y desamor; los temas sociales, los muertos, la violencia, la injusticia, también condimentaron el plato con el que saboreábamos la noche.

Las voces entran al patio donde salen libremente a pasear por el crespón, el escucha más ávido de la noche. La noche se convirtió en mesas de discusiones, poesía, cronopios y hedonistas que disfrutaban la lectura más que la escucha. Prueba de ello, la intercepción de una lectora apresurada que, mientras me preguntaba a qué horas seguiría, ignoraba las letras del lector en turno que escurrían como los  hilos de sandía dejados hacia un rato por Ximena Peredo durante su intervención.

Este acto me recordó un texto de Gabriel Zaid, “La oferta y la demanda de la poesía” de su obra ensayística Los demasiados libros. En este texto, el autor reflexiona sobre los escritores-lectores. Menciona Zaid que, millones de personas deseamos con tanto fervor publicar libros, pero si esos millones nos convirtiéramos en lectores de los otros, se diera un fenómeno jamás visto de lectores y de ventas de libros. En el Sanmillano había más lectores que escuchas y de pronto los “shhh” se escuchaban insistentes para las voces que causaban interferencia entre los lectores y los insuficientes escuchas atentos.

Las mesa dos se ponía. Ricardo Díaz, Marcelo, Alfonso Teja, Pablo Montelongo y Luis Frías Teneyuque, la mesa de varones, una mesa de olor a amistad, a generaciones disímiles y a la diversidad de temáticas abordadas, los amores y la voz social de lucha y protesta, se escucharon rondar por las paredes.

Graciela Ríos, Ángeles Ochoa, María Concepción Hinojosa Velasco, Reynaldo Saldívar y  Juan Manuel Carreño, formaron parte de la comunidad de escritores en la siguiente mesa. Carreño nos lee y quita el hambre con su cuento de los tamalitos. No, Carreño, no todos somos iguales; un cuento para recordar. La cuarta mesa estuvo formada por Héctor González Reyes, María Elena Espinosa, Esteban Ovalle, Gabriela Sáenz y Víctor Olguín quien nos regaló poesía inspirada en sus niños, en sus sobrinos “Saramago” ¿será mago?” Y las risas de niños sonaron por el patio.

Anuncian la llegada de la siguiente mesa y se escuchan los gritos, “Ésta es una mesa pesada”: Pedro de Isla, Guillermo Berrones, Ximena Peredo, Fernando Elizondo, formaron parte de esta mesa. Pedro de Isla, nos recuerda el futbol; Guillermo Berrones, con su voz que arde, lee “Pez que arde” y con su acento traicionero nos lee “Traición”;  de Fernando Elizondo, escuchamos “El orden no altera el placer” y versos que se escapaban y caían en los brazos extendidos de los escuchas que decían: “me sueño ayer y despierto hoy”. Ximena y su eterna expresividad, su cara renuente a estarse quieta nos dice “la sandía que se escurre en hilos rojos por tu barba”.  ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?, preguntaba Sabines, los poetas alumbrados por la luna acomodan su cuerpo para salir en la foto, Pablo Montelongo los enfoca y se dispara el recuerdo del presente. Queda la mesa vacía esperando a los demás escritores sin orejas de burro.

Penélope Montes, el mismísimo Luis Aguilar, Marcelo de la Rosa y quien escribe desfilaron en las siguientes mesas. El mismísimo Luis Aguilar, por primera vez en el Sanmillano, nos regaló, entre otras, la imagen de “sus alas oscuras como paloma blanca”. Mi turno de leer, elegí un cuento para leerle a Lorena en su día. Más que un cuento es una respuesta a un padecimiento, al síntoma de tener un nudo atorado en la garganta. Marcelo de la Rosa, terminó la lectura de la mesa con dos cuentos uno largo y uno chiquito, con el que nos hizo dibujar una amplia sonrisa, al anunciarlo con esa característica.

Aidé Cavazos, Román Castañeda, Sol Casdiz, Otoniel Guevara (quien viajó desde El Salvador), Adrián Pérez, Osiris, Vidal Medina, Javier Romo, Elia Martínez-Rodarte, Odvidio Reyna, Santiago García, Armando Alanís y Fausto Nedhni, entre otros, formaron parte de las siguientes mesas. Corrían y corrían las palabras buscando ecos y recovecos para anidarse y formar imágenes que permanecen y recordaremos en el porvenir de los espacios. Aidé aderezó la lectura con una salsa de chile chipotle, Sol nos gritó ¡Goool! con el sentimiento mundialista que nos hizo vibrar las venas. Román Castañeda, nos demuestra su “pasión por la nada”, Javier nos lee y comienzan a fluir ideas convertidas en palabras. Adrián, prolonga la lectura y se escuchan sonar los Polvos de Venus, “La quince” nos mantiene atentos, mientras seguimos las palabras de Adrián: ¡Ya, Tere, déjate! Y Tere se construía en sus palabras. Vidal, llega nostálgico leyendo “Nostalgia de las seis”, donde aprendimos a decir follar, la mesa subía de tono y el calor lo apagaba el aire que de pronto se sentía bailar por el patio que cada vez se llenaba más y más de letras.

Elia, ivaginariamente Elia, con sus consejos que tanto agradecemos las mujeres y los hombres toman nota, la belleza de la voz, con la fuerza de la poética y el temperamento engrandecido la escritora suelta el micrófono. Fausto Nedhni termina y da comienzo al otro día. Las horas del lunes se han ido en la eternidad que siempre comienza este día y el martes comienza con su voz. Santiago García mueve los “molinos” con las letras y los sonidos que fluyen de su garganta. Odvidio Reyna, arranca los aplausos y los silencios con su lectura, el evento comienza la letra regresiva. Armando Alanís llega con las bardas en la voz y la poesía en las manos.

Los escuchas traen regalos, Zaira Espinoza nos regala un ejemplar de la Revista Posdata (P. D.) a cada lector. Oyente casual, Dulce Garza twittea el evento cuando la computadora se queda vacía de palabras y ella la llena con la magia de los sucesos. Luis Lauro Garza, camina por los pasillos, saludando a los amigos, abrazando a los sospechosos habituales, escuchando, escuchando el murmullo de las letras. Romel Luna, Teresa González, fotógrafos de sonidos nos regalan  sus ojos paseando por el evento y su lente.

Gamaliel, René Rojas, Eva Trujillo, Laura Alicia Fernández, Moisés Ayala en la antesala del fin del evento capturan a los oyentes aferrados, a los que se quedan, a los que permanecen a pie de las letras y con el cuerpo tapizado en palabras. “La vida es, como el juego de futbol”, construimos en cada letra a los protagonistas de nuestro juego. Monsiváis, encajuelados, plantones y plantados, temas comunes contados de manera extraordinaria. Los escritores se me escapan con sus letras, se me van por los hilos que deja mi pluma en un papel que ha dejado de ser blanco para convertirse en una lluvia de notas, el aperitivo de esta crónica.

Final. La mesa final se llena con dos escritores. Ella, delicadamente Dulce, en la mano un libro y en la otra la amarga bebida que equilibra los sabores de su voz. Dos capítulos nos bastaron para que Dulce María González nos embarcara en el trasatlántico que le salió a la vida. Mercedes Luminosa se ilumina complacida de escuchar la frase final “A la vida le salió un trasatlántico”. Lorena aplaudía en primera fila.

Jorge Rodríguez comienza a construir con su voz a Martín Calavera, sazona con Martín la calavera en la descripción de un personaje que se construye en el maridaje de letras y sonidos, de voces y silencios, de puntos seguidos y finales. La última foto, los últimos reconocimientos, a levantar las sillas, las mesas, los envases. A cargar las cajas, a subir los restos, a despejar el patio, a despedir a los sobrevivientes, a terminar con los oídos tapados de letras, a levantar las que quedaron en el piso, a saborearlas, a salir del patio, a entrar a la ciudad.

Lorena sale del Gargantúas con un año más, con miles de palabras, con demasiados amigos, con textos sobre sus hombros, con otro evento atrás y muchos en el porvenir. Comienza a pensarlo, comienza a bordar la próxima lectura. Termina y comienza a escribir el Sanmillano 2011.

Ileana Cepeda

El arte de la transformación

June 23, 2010

Un soldado de la raza de los Uros se arrastraba por el áspero desierto de Duzog. Hacía ya treinta lunas que caminaba, desde el final de la batalla de su gente contra los Argos. El sol quemaba su frente y el helado viento nocturno afectaba sus miembros. Su débil mente trataba de descifrar la manera de vengarse de Alten, el jefe de los Argos. Uro poseía el tamaño de las montañas y la fuerza de las rocas, pero no era ágil de movimientos. El soldado sabía que debía aprovechar esa debilidad para liberar a su pueblo, pero desconocía la manera.

Pensando, llegó a los límites de su tierra. Se sentó bajo la sombra de una montaña y se quedó dormido. Al abrir los ojos, la montaña que lo resguardaba había desaparecido y, en su lugar, se encontraba un dragón.

-¿Qué te trae a mis tierras noble soldado?

El soldado le narró el enfrentamiento de los Uros y los Argos. Le contó que Alten y los Argos habían llegado de noche a su pueblo, que sin piedad destrozaron villas, mataron niños y mujeres y se llevaron a los hombres como prisioneros. Al revivir la historia, el soldado enfureció y quiso partir a vengarse.

-Espera un poco -le dijo el dragón – debes prepararte y conozco algo que puede servirte.

Al llenarse la tierra de los primeros destellos del alba, salieron hacia el bosque. Durante el camino, el dragón le contó que conocía los secretos de la ciencia de la transformación, de la capacidad para tomar diferentes formas. El soldado lo escuchó con atención, dudando por momentos acerca de la veracidad de lo que le contaba.

El sol fue surgiendo a medida que avanzaban y en el instante en que el soldado sentía que no sería capaz de dar un paso más, el dragón se detuvo. Se encontraban en medio de un claro. Era un lugar amplio, en donde sólo los acompañaba el suave crujir de las hojas de los árboles al platicar con el viento.

-Quédate aquí- le ordenó el dragón. El soldado lo miró alejarse.

-¿Qué debo hacer para transformarme? -le gritó.

-Tienes que ver el viento.

¿Cómo pretende que vea el viento?, se preguntó el soldado, a lo mucho puedo sentirlo.

El dragón, ajeno a los pensamientos del soldado, le indicó: “Concéntrate y cuando lo veas venir pide que cambie tu forma.” Él hizo un esfuerzo para hacer lo que le decía, pero al sentir el viento y pedir su deseo, nada pasó. Durante las veces que lo intentó, el dragón permanecía quieto, observándolo.

Una vez más, se repetía el soldado cada que escuchaba al viento aproximarse. Siguió esforzándose hasta que llegó el momento en que dejó caer violentamente los brazos a sus costados y agitó la cabeza.

-Tienes que dejar de sentir el viento- lo reprendió el dragón -. Debes verlo, pero para hacerlo debes limpiar tu alma. Recobrar el tiempo en que sabías que todo era posible.

-El tiempo en que todo era posible- murmuró el soldado y empezó a repetir la frase una y otra vez, intentando que las palabras penetraran en su cabeza y cobraran por sí solas, el sentido que él no lograba darles.

Inhaló profundo y su mente, obedeciendo la reiterada petición, lo llevó a días de sueños permitidos e inocencia absoluta. Lo transportó a su infancia.

Una ráfaga de aire azotó su cara obligándolo a cerrar los ojos. Al abrirlos, el viento convertido en diminutos cristales se presentó ante él. Los destellos bailaban a su alrededor, hechizándolo. El soldado los observaba absorto cuando de pronto, el brillo del sol lo obligó a desviar su mirada hacia el resplandor de una afilada espada que venía a su encuentro. Sus sentidos se agudizaron, su piel respondió erizándose y en el instante en que la espada estaba a punto de atravesarlo, se convirtió en agua.

El dragón hundió la espada en la tierra y sonrió satisfecho. El soldado, convertido en agua, se transformó en paloma y se elevó siguiendo la brisa de su venganza.

Alisma de León

Sabiduría del autoengaño*

June 23, 2010

Nada más lógico y, a su modo, más aleccionador, que la estrategia de persuasiones de los más calificados y autocalificados funcionarios del Gobierno federal. Si hemos de traducir este sistema, describámoslo así y dejémoslo así: “A la sociedad o al pueblo ya no se le convence, ha perdido el don divino de la credulidad y, o no están informados de nada, o se nutren de internet, radio, incluso noticieros de televisión, celulares o twitter. Y los que no ni se enteran ni les importa, y con dificultad saben el nombre de alguno de nosotros, lo que llamamos aquí analfabetismo onomástico. Entonces, ¿a quién persuadir? Pues a los más enterados, a los más competentes, a los que rigen los destinos de la Nación, nos referimos naturalmente a nosotros mismos. De esta manera, nuestra estrategia mediática y nuestras redes sociales se dirigen a ese objetivo maravilloso: convencernos a nosotros mismos.

“Si logramos eso, lo demás ya no importa. Hablamos para oírnos y, sin broma alguna, la técnica es de una gran profundidad: el que persuade a las élites, persuade a lo más elevado del País. Por eso al autoengaño, como le dicen los resentidos, es la manera más solidaria y eficaz de ir avanzando en el Gobierno”.

Desde fuera, el asunto se podría ver distinto: un laberinto de afirmaciones que indignan de forma sistemática pero efímera, ya que las siguientes expresiones de los poderosos irritan aún más. Influido por esta táctica, me explico para entenderme.

No ves que los altos funcionarios (la altura se mide por el salario real, las prestaciones, la importancia que se les concede y el número de fuerzas de seguridad que los acompañan) crean en lo que dicen. Esto sería abusar de su candor. Más bien, el procedimiento va así: el funcionario declara a sabiendas de que nadie le va a creer y, en la ruta hacia la decepción con este pueblo ingrato, oye y lee sus propias palabras y queda encantado. ¿Por qué no se le habrían ocurrido a él primero?

Luego, al ver las cuantiosamente reproducidas en los noticieros y el los periódicos se anima por completo. Vaya que tengo razón, me lo confirma ese alto funcionario que, por coincidencia, lleva mi nombre. A los críticos no los lee porque eso sería un desgaste visual innecesario.

No estoy ironizando ni haría falta tratándose de la cadena de acontecimientos interminables y veloces que, cuando no queda otra, nos usa de testigos. Cómo explicarse de otra manera que el Secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, hable del fuego cruzado en el combate en el Tec de Monterrey y afirme como si a alguien le constara que los estudiantes asesinados habían estado del lado bueno y por ello los habían ultimado los sicarios.

No le importa lo realmente ocurrido, el despojo de las identificaciones, el secuestro de los videos del Tecnológico, la granada que destrozó a uno de los jóvenes, la imposibilidad de que hubiesen sido los narcos. Todo eso pertenece al reino de lo inconvincente, y esto no lo dice en serio como funcionario del ramo, lo dice y muy en serio como primer oyente y lector de las palabras del Secretario de Gobernación.

Y luego va rectificando, no porque rechace lo sucedido, sino porque en el laboratorio del autoengaño, que es la primera función gubernamental, se inventó una sección llamada “Desmentidos por si acaso” y allí, en vez de las pruebas de balística que debieron ser lo primero, se acude ahora al cotejo de versiones, aunque la primera es la mejor y es la única. Si por casualidad resulta que los soldados asesinaron a los estudiantes, el Secretario dirá: “Siempre dijimos que había culpables”.

Tómese el ejemplo del Secretario de Economía, Ernesto Cordero. Podría decirse con amargura que es un accidente su profesión de economista; su verdadero oficio es el de ilusionista a la antigua, de esos de las ferias donde hacía su debut la inocencia infantil. Nada por aquí, nada por allá, no es una crisis lo que están ustedes viendo, señores, señoritas, jóvenes, personas adultas que me hacen favor de seguir mis movimientos y la conducción de la economía, fíjense bien, no le crean a sus sentidos, hijos del mal y la frustración, crean en lo que les digo, no vean lo que ganan ni los índices del desempleo, ni la quiebra de pequeñas y medianas empresas, ni lo que dice el INEGI sobre febrero del 2010, el peor tiempo de la recesión, ni ninguna de esas vaciladas.

No señores, señoritas y demás edades, júntense para no perderse mis palabras, aunque luego las repita igualitas, fíjense lo que les digo, no le den vueltas, la economía se ha recuperado casi todita, es un milagro de los que hacían antes para prestigiar la nueva religión; la economía levita, el Gobierno multiplicó los caudales y los platos de lentejas; fíjense bien, ayer había una catástrofe, hoy el peso camina sobre las aguas.

El Secretario del Trabajo, Javier Lozano, ofrece con alegría desdichadamente no contagiosa su proyecto de reforma laboral: “No le den vueltas, sujetos a los que nunca llamaré amigos porque mi puesto no es una tienda de condescendencias. Lo que el Gobierno les ofrece es respetar con puntualidad ciega la Constitución, pero estableciendo leyes aparte para no tocarla y sí modernizarla. ¿Qué prefiere el desempleado: que no lo pongan a prueba un tiempo indeterminado para que si no funciona de acuerdo a los criterios de la empresa lo corran con el salario anterior al mínimo? ¿O tener que trabajar en las calles incorporado a la economía informal, que es la que le da la oportunidad al Gobierno para decir que ha creado tantos empleos que ahora se piensa en exhibir desempleados como especie en extinción?

“A ver, legisladores, sindicatos y frentes auténticos, no se opongan a las bondades de la explotación, opónganse a las iniquidades del comunismo subversivo. Con la reforma laboral que proponemos, y que es la justa porque es la que a nosotros nos convence, se acabarán muchos problemas, para empezar la existencia de problemas, ese invento de los desocupados. Por ejemplo, se acabarán los chistecitos sobre la huelga de Cananea que sólo rima con Jorge Larrea, ya los delincuentes que ocupan las instalaciones lo saben: o se salen de allí o se meten, y no por su propio pie a unos galerones donde no podrán escavar porque no se permiten las fugas. A los del SME que no se les vaya ocurrir poner diablitos en sus casas porque una infracción del suministro eléctrico será condenada a 30 años sin luz, ya saben: ‘Si tú no eres represivo, lo que pasa es que a ti no te engañan con pancartas de protesta, tú lees lo que te traen tus asesores, lo estudias cinco minutos y lo firmas convencido de que has hecho lo justo porque de otra manera no serías tú'”.

Gracias a la estrategia del autoengaño, el Gobierno duerme en paz y las instituciones ya no tienen por qué lavar ajeno.

Carlos Monsiváis

*Texto leído por Ricardo Díaz Vázquez como homenaje al recientemente fallecido, Carlos Monsiváis.

Este fue el último texto que publicó el autor en su columna del periódico Reforma.

Ortogato

June 23, 2010

Ortogato: Herramienta volitiva, de consistencia etérea color azul silencio. Se utiliza como auxiliar en la reparación de las ponchaduras de las llantas cuadradas que son aquellas capaces de mover las naves donde se depositan los sueños imposibles. Se puede encontrar en el Waldo’s, pero sólo la venderán si llega la persona que la busca caminando en el espiral del tiempo que lo conduzca a ese momento en que se germinó el deseo por aquello que en un principio parecía sencillo. Se vende con mapas de la tierra Aquíyahora y Alláyentonces. Se debe utilizar una sola vez, so pena de volverse antípoda.

Lorena Sanmillán

Ensayo

June 23, 2010

Abro la puerta, entro, la cierro, me detengo frente al espejo. Levanto el brazo, lo llevo hacia la coleta que nace despeinada detrás de mi cabeza. Retiro la liga, el cabello rubio cae alrededor de una cara demacrada. El alma dentro, el alma fuera. ¿Qué es el alma? El alma no existe, el alma huye. Apago la luz y sólo queda el resplandor de la luna que ilumina el baño. Froto mis manos, abro la llave del lavabo. El agua corre, el agua limpia. Respiro despacio; después, sólo respiro.

Recuerdo: un par de manos duras; un intenso olor a alcohol mezclado con tabaco; colonia barata; maldiciones de labios ásperos. Detalles: una botella oscura: cerveza; cumbias.

Yo, lejos. Él exige. Yo, cerca. Él tocando, ladeando mi cuello, respirando sobre mi piel. Yo, a su lado. Levantando el brazo. Llegando como una caricia nerviosa a su espalda. La navaja. Mi caricia avanza, su aliento penetra. Mientras muerde y maldice, cuando se excita. Lo siento cada vez más cerca. Sus manos toscas arrancan. Mis dedos se cierran. Clavan. Su alma: viva.

Alisma de León

La misma película

June 23, 2010

Mis padres se fueron a Toronto y me encargaron la casa. Debía estar atento para ir al aeropuerto por mi hermano que vendría del frente de guerra, como si el vago no pudiera tomar el autobús y viajar solo otros cien kilómetros. En una sola ida al centro compré todas las botellas que quise, cigarros, condones y botanas. La pobre Diana ponía cara de mártir sin agua bendita y se subía a cantar a la azotea. Yo le decía que parecía guardia de reclusorio, me cuadraba y le enseñaba el índice con las bolas a los lados, me lo llevaba a los labios y le enviaba un cállate, vieja, o te lleva el diablo.

Amo Toronto. Y a mis padres cuando se van allá, cada tres meses. No dejé descansar el celular y el agua de la piscina está tibia.

Llegó Joel, luego Rick y Edmund, los dueños de la música, sí señor. Súbete, me decían, mientras conectaban bocinas y micrófonos. No, no subí. Me fui a la terraza a ver el mar y las lanchas de medio mundo: son tritones y sirenas que odian la tierra firme.

“Toronto, ¡ay, Toronto, no te rajes!”, cantaba Juan, para ver mi cara de “qué estúpido te pones”.

Gloria llegó tarde, como siempre, casi desnuda. No entiende que debe ponerse una blusa o algo encima. Me tiré al agua y fui como flecha al otro extremo. Hice de rescatador de pecios y me fui calmando.

“Ven”, llamé a Gloria, que se acercó con dos vasos de ginebra con toronja.

“No vamos a hablar hoy”, me dijo. “Hoy quiero desentenderme de todo. Ven, vamos arriba.”

“No”, le dije. “Diana está de guardia. Vamos a la sala.”

“¿Y qué importa la negra esa?”, masculló.

“Nada. Ya sabes que vive buscándose un cáncer de conciencia. No jodas. Para qué le buscas. Mírala, allá arriba, como lechuza.”

Cerré las cortinas de bambú. Eché los cojines al suelo y nos tiramos a ver la tele. Nos quedamos dormidos, como estúpidos, como bebés anémicos. ¡Qué película tan mala! Los gritos en el jardín nos levantaron. “Otra película mala”, pensé. Y sí, era una película barata con actores de tercera.

Beti estaba ahogada en tequila, en una silla, con el sol cociéndole la cara.

“Levántala”, le dije a Luis. “Vamos a llevarla adentro.”

Al enderezarla, vomitó. Yo no pensé que estuviera muerta, porque entonces yo no estaría diciendo “echó las tripas sobre sus piernas, qué idiota”.

“¡Qué asco!”, dijo Gloria.

“¡Cállate! ¡Ayuda, ve por café a la cocina!”, le grité.

“No creo  que quiera”, respondió mi querida Gloria, siempre tan amable. “Ok, ok. Voy por café, hermano”, agregó, con voz de mesero negro.

Lo demás ya lo saben, porque llegaron, como siempre, ligeros y veloces, muy serios, los policías de todos los días.

Mi hermano no llegó porque se bajó del avión en Egipto. Nadie lo vio porque era uno más en un vuelo de jóvenes atarantados, como Quentin.

“¡Qué película tan mala!”, volví a decir. “Creo que me voy a cambiar de país. Voy a México a ver si allá tienen más imaginación. ¿Qué ganaban con matar a Beti? Ni la presentaron. De pronto allí estaba. ¿A qué hora llegó? Y las demás, ya sabes; las de siempre, gordas y flacas, una detrás de otra, con sus tonterías, con sus lágrimas falsas, como en cualquier canal de la tele a cualquier hora, con ceguera total. ¡Me voy a México!”

“Willy”, grité. “Pregunta a qué hora hay vuelos para México. Me tengo que ir. Ustedes se quedan con sus caras de cómicos fracasados. ¿Quién trajo a Beti? Que se la lleve. No tengo tiempo para hablar con policías maldormidos. ¡Oye, Ismael; llévate a Beti” Nos jodió la fiesta.”

“Pinche película”, dije, y apagué la tele. “No quiero ver el desfile de jueces, abogados y testigos. Ni, luego, el de carceleros y asesinos tratando de escapar. Ricky, Préstame una película que no haya visto. Willy, dile a Diana que limpie y cierre la casa.”

Jaime Velázquez Arellano

 

Reyes y Coral Aguirre

June 23, 2010

Este ha sido el año de Alfonso Reyes. Quizás hicieron falta más celebraciones, quizás hubiera sido bueno una sola fiesta, grande, si los demás le dieran otro destino al dinero, si todo fuera como la multitud frente a U2 en Berlín. Hubo, pues, dos tiempos, el perdido y el de Alfonso Reyes.

En la ciudad de Veracruz hubo en junio un curso sobre el poeta, teórico, helenista, diplomático, Reyes. Y en una de las sesiones Jorge Brash, admirable poeta xalapeño, leyó parte de su obra más reciente, en homenaje a Reyes, para fijar y dar esplendor a la fecha: 1889-1959. Y hubo una exposición de libros de y sobre Reyes: los más de veinte volúmenes de las obras completas, y libros viejos, nuevos, los volúmenes de cartas conservadas, los discos donde Reyes lee su poema Ifigenia cruel.

En una de las sesiones del curso de junio oímos la voz de Reyes grabada por la UNAM, y revivió Ifigenia.

En octubre, a punto de finalizar el año de Reyes, Lorena Sanmillán dirigió en el Instituto Veracruzano de Cultura la pieza de Coral Aguirre La elección de Ifigenia, con apoyo del Conarte de Nuevo León.

Varios jóvenes y una actriz, Marina Soto, hicieron resonar las palabras de la argentina Coral Aguirre y de Borges y del mexicano Reyes. Yo estuve en primera fila, recordando vidas, hechos, desgracias, apoteosis.

Ni mi curso limitado a un mes, ni una obra que abre y cierra puertas y ventanas en menos de una hora, y tampoco este boceto de crónica pueden contener el tesoro que nos dejó Reyes.

La pieza de Coral Aguirre fue publicada este año por la Universidad Autónoma de Nuevo León, el mismo mes que el ensayo de la misma autora Las cartas sobre la mesa. La relación Borges-Reyes, ganador del Certamen Nacional de Ensayo Alfonso Reyes 2008, coeditado por el Consejo para la Cultura y las Artes de N.L. y la UANL: un regalo doble de cumpleaños para Alfonso.

Los personajes de La elección de Ifigenia son escritores de principios del siglo XX. Uno de ellos, Pedro Henríquez Ureña, dominicano, desembarcó en Veracruz, estuvo aquí un tiempo y luego se fue a la ciudad de México. Más tarde se iría a Buenos Aires.

La pieza de Coral Aguirre principia con fuego de artillería, es decir, con la evocación de la muerte del general Bernardo Reyes y nos asaltaron varias preocupaciones: ¿saben los espectadores la biografía de Reyes? ¿Saben que por Veracruz salió hacia Europa el joven Reyes? ¿Que escribiría un poema sobre su paso por el puerto?

Los otros escritores son Julio Torri y Genaro Estrada; uno, héroe silencioso de las letras y los libros, y el otro, quieto guardavías en el cruce del porfiriato y la revolución, amigos ambos en la patria literaria, que no tiene fronteras. (Torri nació en Coahuila, el mismo año que Reyes; Estrada nació en Sinaloa y fue subsecretario de Relaciones Exteriores y ministro entre 1927 y 1930; fue embajador en la España donde estuvo Reyes.) Aparecen también Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges, los colegas encontrados por Reyes en Argentina.

Reyes es entonces quien une tanto a la vigorosa España como al explosivo México y a la lejanísima Argentina. Procedente de Francia, de Brasil, Reyes abarca y une, como lo haría Henríquez Ureña con su estudio sobre las corrientes literarias de la América Hispana, como Torri con su estudio de la literatura española.

Tan sólo en la presentación de los personajes que anima Coral Aguirre vamos agotando el espacio de esta pequeña crónica de la lectura en Veracruz de la pieza de Aguirre.

La escenografía manda una “biblioteca inmensa con libros hasta el techo”. Y no otra cosa quiere decir “hombre de letras”, que traducimos como “hombre de libros”. Quienes leen terminan escribiendo. Quienes tienen amigos escritores encuentran lectores: ¿quiénes otros entenderían mejor a Alfonso Reyes, coleccionista de libros, bibliotecario de muchas maneras, como Borges?

El juego dramático de la grandeza de Reyes y Borges se sostiene en algo apenas entrevisto en nuestros días: el humanismo. La lectura y la escritura es el punto más alto del humanismo, y es lo contrario de lo que hace el atroz dictador, que firma papeles aderezados por otros, meros escribientes (sirvientes) para las fieras. Lo demás, premios, distinciones, anécdotas, es la arena, el polvo que deja la batalla de los días, chispas de sus goznes rechinantes.

Hay un reproche que le hace Borges a Reyes:

“Se distrajo con tantas crónicas, tanto arrebato por la historia, por las geografías y sus pintoresquismos, por la teoría en lugar de la creación, por tantos homenajes a unos y a otros, por tantos discursos y funciones oficiales. ¡Usted estaba destinado a ser el más grande escritor del continente!”

En esta parte de la pieza de Coral Aguirre está el clímax: “ser el más grande”. Una frase del estilo de cierto Borges, delicia de los reporteros desvelados, sin duda. La imposibilidad de “ser el más grande” está dada por la historia: hay un tiempo en que una u otra persona puede ser la más grande: como Othón, como López Velarde, pero también Lugones, Molinari, y otros escritores “distraídos”, para fortuna nuestra, como Sarmiento, como Rodó, cuya grandeza, que parece un sacrificio, es aceptable por su labor de fundadores: Reyes, esto lo concluyo de la pieza de Aguirre, y de su ensayo, es un formidable constructor de la nación mexicana, y su labor alcanzó a cubrir más países.

Suele darse ese título a los héroes políticos o militares, pero eso es un error, tanto como dárselo al ingeniero que más casas y edificios construya. Bioy Casares lo supo al ver una edificación vacía; Lowry lo vio en los hombres construyendo ruinas.

Sobre la humanidad afanosa que día tras día busca un trabajo y un lugar para reposar, gente como Alfonso Reyes hace un cielo poblado de dioses, así como hizo un poema para prolongar la inmortalidad de Ifigenia.

Y personas excepcionales, como Coral Aguirre, argentina-mexicana, lo descubre y lo dice así:

“Es menester que algo haya dejado como semilla al viento… y quizás… es el furor con que amé, el profundo amor que tuve día con día por mis semejantes, en el acto de vivir”.

El furor, el amor. Y esa grandeza no todos la ven, ocupados como están por hacer ceremonias para recordar unos pocos segundos más a gente sin importancia, a empleados de gobierno que irrumpen en el espacio sin paracaídas.

Jaime Velázquez Arellano

Quejumbres

June 23, 2010

El instante de frustración se derramó

demoliendo quietamente espejismos, mientras nos volvían a desvirtuar

el miedo quieto, suave distractor audaz.

Que construye el hambre por héroes de plomo que no salvan e intoxican.

Mecanismo complejo, donde…

-¡Deténganlo!-

cada pieza embona…

-¡Destrúyanlo!-

para sobrevivir…

-¡Destácenlo!-

Gente forzada a amamantar al crimen, y tomarlo como a un recién nacido

“pequeño engendro” ¿se parece a su papá? Yo creo que salió a la abuelita.

¡Mira! Ya se zurró sobre todo el país

¡Mierda! Donde te embarras para avanzar, si no agandallas cuando hay,

alguien más te pisa y corre.

Los que denuncian esta maraña, la muerte lógica,

son atacados con todo el odio recalcitrante de los poderes fácticos,

inmorales encumbrados que empeñaron la felicidad del pueblo para refrendarlo de tres a seis años.

Y mientras arrecie la tormenta sólo queda mantener el paso,

soñar que vendrá el chapulín colorado a obligar que tu gobierno trabaje,

que los ricos sacudan su caridad sobre los prójimos.

Pero ¿y si empezaras a dejar de patrocinar al narco?

Con tu DVD pirata, la corrupción feliz, los polvos mágicos, el humo orgánico, ese pomo clandestino, tu descuido ingenioso, silencio coleccionado…

¿Y yo?

Insistente

¿Y yo qué hago?

Prendo el futbol, abono, reviso el facebook y sólo me quejo.

Román Castañeda

Para alimentar

June 23, 2010

La ciudad se difumina con un excedente de luz

comienza a vaporizarse infinitesimalmente,

colchón de bruma

que filtra el ruido y el movimiento

sólo, porque apareces tú.

Todo este cariño almacenado

se va fermentando

necesito drenarlo

porque mis cerros se derrumban.

Quiero ser el caracol

que se coma lo dañado en tu corazón

regalarte un globo de luz

y acompañarte en tu camino a la felicidad.

Estos dientes tienen antojo de peinar tu lengua

y de engranarse con los tuyos para que nunca los dejes,

mientras transfundes saliva

al hueco árido de mi boca,

ocurrirá el milagro de la lluvia

y te irás infiltrando en las venocidades enraizadas

donde está el cadáver de los recuerdos.

Román Castañeda

Niña loca

June 23, 2010

Me dices tú que el amor

que profesas es bravío

y yo de ti, de ti me río

¿que tú amor es una roca?

Yo me bañaré en el río

aunque el agua sea muy poca.

 

Que no podré yo quitar

el amor que quiero mío

yo que tú,  yo no me fío

que tu confianza sea poca;

yo me bañaré en el río

aunque el agua sea muy poca.

 

Me dices que son quimeras

que en mis sueños desvarío

que es falaz mi desafío

que mi idea es tonta, loca;

yo me bañaré en el río

aunque el agua sea muy poca.

 

Me tientas y luego ríes

y me das tan cruel desvío

y me dices que no es mío

el amor que da tu boca;

yo me bañaré en el río

aunque el agua sea muy poca

 

Y quieras tú que no quieras

aunque me brindes hastío

en el agua de tú río

te me entregarás, niña loca;

yo me bañaré en el río

aunque el agua sea muy poca.

Héctor González Reyes